martes, 26 de octubre de 2021

Abrucena (Almería) Andalucía


Escudo. cuadrilongo de base redondeada. En campo de sinople, un torreón semiderruido de oro, mazonado de sable y aclarado de azur, terrazado de oro, acompañado en la diestra de un olivo de plata y en la siniestra, una encina del mismo metal y, más al inferior a la diestra y la siniestra, unas ondas de plata y azur.


 Vista general

Ayuntamiento


Fuente y plaza del pueblo




 



En prospecciones realizadas en el año 1982 en el “Castillejo” fueron hallados restos de cerámica Neolítica, por lo que es de suponer la existencia de un asentamiento estable entre el 7000 a. C. y el 700 a. C. El término municipal de Abrucena se localiza en la antigua región Bastetana, que comprendió las actuales provincias de Almería, Granada, Murcia y parte de las de Jaén y Albacete, por lo que se cree que existieron poblaciones herederas de las neolíticas en la zona en ese periodo.



El nombre de Lauricius o Apricius corresponde al de un puesto militar romano localizado en la actual Abrucena. En el “Castillejo”, junto a las cerámicas neolíticas se encontraron vidrios romanos, que junto al aljibe también romano, prueban la existencia de un asentamiento estable. Además, la vía de acceso al mismo se enmarca dentro de la categoría “Viae militaris” definida por Siculus Flaccus en su obra “De conditinibus Agrorum”. La cercanía de Abula (Abla) es fundamental para estudiar la romanización de la zona puesto que se trata de una importante población del Itinerario Antonino, una vía que unía Castulone y Malaca (Málaga) a través de Acci (Guadix) y Abula.



La religión cristiana llegó a la zona probablemente en el Siglo I de la mano de los Siete Varones Apostólicos que fueron consagrados en Roma por San Pedro y San Pablo para llevar el cristianismo a Hispania. Los Santos Varones se establecieron en diversas ciudades de la Bética: San Torcuato en Acci (Guadix), San Tesifonte en Bergi (Berja), San Hecisio en Carcesa (Cazorla), San Indalecio en Urci (Pechina), San Eufrasio en Eliturgi (Andújar), San Cecilio en Eliberri (Granada) y San Segundo en Abula (Abla). Por lo tanto, y aunque no existan documentos que lo atestigüen, es lógico pensar, por la cercanía de Abula, que fue San Segundo el introductor del Cristianismo en la villa en el Siglo I.



Desde el primer momento de la invasión musulmana en el año 711 se establecieron en la zona muchos árabes, tanto beledíes como sirios, permaneciendo muchos cristianos fieles a su religión.


Pocos años después el Emir Abuljatar se estableció con sus tropas en la comarca, obligando a los cristianos a que les dieran la tercera parte de los productos de la tierra. Esta época es conocida como el Walatio, un periodo de moderada tolerancia religiosa.


Con la llegada de los Omeyas, con Abd al-Rahman II, se inicia un tiempo de intolerancia y sublevaciones entre las distintas tribus musulmanas motivadas por intereses económicos y políticos.


Sobre el año 900 se producen insurrecciones en toda la zona, desde Guadix hasta Alhama, acaudilladas por Omar ibn Hafsún. Estas rebeliones son violentamente aplacadas por las tropas califales de Abd al-Rahman. El 4 de shwal (14 de mayo de 913) el ejército del Califa entra en localidad vecina de Fiñana eliminando cualquier atisbo de insurrección.


Durante los reinos de Taifas y Nazarí los conflictos en la zona perduraron pero esta vez por razones distintas. Abla, Abrucena y Fiñana se encuentran en la frontera entre las coras de Peyyna y Elvira. Además, la vía que comunicaba Almería y Granada pasaba por la zona (al igual que hoy en día), por lo que la comarca se convirtió en un territorio conflictivo.


Pedro Mártir de Anglería, cronista de los Reyes Católicos, en su carta al cardenal Arembolo de Milán relata cómo en su viaje con los Reyes hacia Almería, reciben la noticia de que Abrucena y otros pueblos de la zona se han entregado a los Reyes cristianos:


Arregladas las cosas de Baza el 7 de diciembre [...] se nos anunció que las poblaciones de Abla, Calahorra, Fiñana, Gergal y Laurucena, cada una con sus pueblecitos vecinos, situados en los límites del campo de Guadix, por persuasión del Virrey, a quien todo aquella región admirablemente obedecía, por medio del Conde de la Tendillas se había entregado al Rey; en la misma hora, desde Guadix, envía el Zagal al Rey un egregio caballero que le anuncia que el Rey vencido entrega al Rey vencedor



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